Uno de los personajes más enigmáticos de principios del siglo XX fue el monje Gregorio Efimovich Rasputín, todopoderoso en la corte del zar Nicolás II. Entre los factores de ese poder pesó, y mucho, la milagrosa mejoría del hijo del zar, el zarevich Alexis Nikoláievich , que padecía de hemofilia, cuando Rasputín convenció al zar de que abandonara todo tratamiento médico y lo confiara a sus exclusivos cuidados (que consistían en conjuros y oraciones). En 1916, hartos de él, del rumbo errático que imprimía a la política rusa y de su germanofilia en plena Primera Guerra Mundial, un grupo de nobles lo asesinó mediante una eficaz combinación de balas y arsénico.
La mágica curación del zarevich, sin embargo, tiene su explicación. Los médicos estaban tratando a su magno paciente con una droga novísima. Esa droga, según se sabe ahora, retarda indirectamente la coagulación de la sangre, y por lo tanto es contraindicada para los hemofílicos: no tiene nada de milagroso que el zarevich mejorara en cuanto dejó de tomarla.
A pesar de todo (y de Rasputín), la droga en cuestión más siguió una carrera ascendente y se hizo más popular que los cantares, los reyes y los políticos hasta el punto que hoy en día es el medicamento más utilizado (y probablemente el más barato) del mundo. Todos la conocen, y no tiene sentido seguir ocultando su nombre: ni más ni menos que “aspirina”, con el cual fue lanzada por un laboratorio alemán el 10 de febrero de 1899. Actualmente, el mundo consume la increíble cifra de cien mil millones de comprimidos por año.
Y sin embargo, la aspirina es un medicamento muy antiguo. Desde el siglo I, se utilizaban ya las virtudes terapéuticas de la corteza, hojas y savia del sauce (que la contiene) para calmar fiebres y dolores, pero sólo en el siglo XIX se logró extraer y sintetizar el principio activo de los mejunjes tradicionales: primero la salicilina, luego el ácido salicílico, moléculas cíclicas y relativamente sencillas que presentaban, no obstante, serios problemas de intolerancia. En 1853, el joven químico Gerhardt logró la acetilación del ácido salicílico y obtuvo el ácido acetisalicílico: la aspirina adquiría su forma actual y definitiva. El descubrimiento de Gerhardt, sin embargo, pasó desapercibido desde el punto de vista farmacéutico hasta que Félix Hoffmann (1867-1946) perfeccionó un método de acetilación a escala industrial, cuando el siglo XIX daba sus últimas boqueadas.
Probablemente, lo más notable de la historia de la aspirina es que, pese a su empleo masivo, hasta hace muy poco se ignoró (y todavía se ignora en parte) cuáles son sus mecanismos de acción. En 1971 John Vane propuso una explicación satisfactoria al demostrar que la aspirina inhibe la síntesis de prostaglandinas, sustancias que acompañan y motorizan las inflamaciones. De paso, como las prostaglandimis bajan el umbral de los receptores del dolor, éste disminuye. Debido a esos trabajos, Vane recibió en 1982 el Premio Nobel de Medicina. Pero con Premio Nobel y todo, el problema de la acción de la aspirina contra el dolor (salvo en el caso del dolor que acompaña a las inflamaciones) sigue abierto.
Visto en L. Moledo y M. Rudelli Curiosidades de la Ciencia. Ed. Sudamericana. 1997.
Soboul. "Historia de la Revolución Francesa"
Hace 15 años
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