Me hago eco de una entrevista realizada por laRepública.es al historiador Julián Casanova en la que muestra su punto de vista sobre la Ley de la Memoria Histórica y la docencia actual de la historia entre otros temas.
Sus dos últimos libros publicados este mismo año 2007:
Anarquismo y violencia política en la España del siglo XX. I.F.C.. 2007
República y guerra civil. Crítica/Marcial Pons. 2007
Cómo experto y concienzudo historiador, ¿ a quién cree que satisface la futura ley de memoria histórica, porque parece que a nadie?
Meter en una ley la memoria histórica, en singular, cuando hay muchas memorias, es una tarea muy difícil. Quienes sufrieron la persecución en la zona republicana, desde los excombatientes a los excautivos, pasando por los familiares de todos los asesinados , ya fueron compensados con creces, como vencedores de la guerra, por la legislación franquista y la Iglesia católica que sigue hoy perpetuando la memoria de sus mártires, no sólo religiosos, con ceremonias de beatificación. Por el contrario, las familias de los asesinados por las violencia de los militares sublevados y las víctimas de la dictadura franquista tienen todavía pendiente ese reconocimiento jurídico y político. Es ese desequilibrio de la memoria el que se discute en la actualidad. Pero va a ser cuestión de tiempo, de voluntad política y de educación cívica
¿Tan miedosos fuimos que dejamos en manos de hispanistas extranjeros los primeros desafíos históricos de la Transición con respecto a esa contienda bélica que no osábamos mirar ni de costado?
Estaban en mejores condiciones para hacerlo. Venían de mejores universidades y, especialmente los británicos y norteamericanos, estaban acostumbrados, por educacióón, a realizar síntesis narrativas, de esas que con una mirada general te sitúan de forma precisa ante los hechos. Muchos españoles se aproximaron a la vez a ese pasado, sin miedo, pero con historias locales y con narraciones que no llegaban a un público amplio. Por eso la gente recuerda a esos ingleses y no al historiador español que en muchos casos les proporciona la materia prima desde Huesca, Barcelona o Murcia.
Las historia tiene sus ironías. Hemos podido juzgar en España a Pinochet pero incapaces de juzgar y condenar a Franco...
No hay ninguna duda sobre la definición y existencia de los crímenes políticos de la dictadura franquista. Pero la transición democrática los perdonó, cerró ese tema y no creo que sea momento de reclamar ahora "justicia punitiva" para los responsables y perpetradores de esos crímenes. Otra cosa muy diferente es que haya gente que niegue esos crímenes o que saque un libro sobre los asesinatos de Paracuellos, un tema al que el franquismo ya recurrió una y otra vez, para arrojarlo a la cara de los que ellos consideran rojos. Sin entrar en más matices, la violencia política existió en las dos zonas durante la guerra civil. Pero después de abril de 1939, el monopolio de la violencia, ilegal y cruel, lo ejerció sólo la dictadura que se levantó sobre los cadáveres de los vencidos en la guerra. Quienes niegan los crímenes de la dictadura franquista tampoco están muy interesados en airear los de Videla o Pinochet.
Son hoy los nietos de las víctimas del franquismo los que quieren desenterrar lo ocultado. Pero también hay otros nietos que quieren salvaguardar la etapa franquista como redentora. ¿Sigue la división en las generaciones posteriores?
Cuando se habla de nietos, normalmente se trata de nietos de las víctimas de la violencia ejercida en el bando de los militares sublevados durante la guerra civil. Porque muchas de las víctimas del franquismo viven todavía y cuentan también sus historias. Y claro, hay otros nietos que, como dice usted, "quieren guardar como salvadora la etapa franquista". Esas son las memorias a las que me refería antes. No es una división que se plasma en una nueva generación. Se trata más bien del legado de las dos memorias diferentes, de cómo le contaron a cada uno la historia, y de cómo gestionar hoy esa memoria.
Aborda el anarquismo en una de sus obras recientes “Anarquismo y la violencia política en la España del siglo XX””. ¿No es el anarquista un ser de convicciones libertarias, utópicas, un eterno reformador de la historia en curso que ve inevitable el uso de la violencia en algunos casos? . ¿Qué significa ser anarquista?
Desde la fundación de las primeras organizaciones obreras anarquistas en 1870 hasta el exilio republicano de 1939, el anarquismo arrastró tras su bandera roja y negra a sectores populares diversos y muy amplios. Sin ellos, nunca hubiera llegado a ser un movimiento de masas, se hubiera quedado en una ideología útil para individualidades rebeldes, muy revolucionaria pero frágil, arrinconada por el crecimiento socialista y relegada a la violencia verbal. Pero su historia quedó también asociada a la bomba y al revólver, a la siniestra figura del hombre de capa negra con el cartucho de dinamita y al pistolero, al anticlerical y justiciero de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Son las dos caras del anarquismo, la que arraigó en los sindicatos y la violenta. Un anarquista es alguien que lucha contra la propiedad privada y contra el Estado, que cree en la acción directa como forma de lucha y niega la posibilidad de transformar la sociedad a través de la lucha parlamentaria. Eso es lo que le diferencia básicamente de socialistas y comunistas. Pero ese antipoliticismo lo practicaba el anarquismo en tiempos de corrupción política, cuando las elecciones no eran libres y los Estados daban más palo que zanahoria. La modernización y democratización se engulleron a ese movimiento, aunque en España la guerra y la represión franquista dejaron poco de él.
“Siempre ha habido gente que sostiene que la verdad es a veces inoportuna, desfavorable: un lujo”. Afirmaba Susan Sontag. ¿Qué tanto por ciento de verdad guarda la historia universal?
Verdades relativas, pero verdades. Sabemos muchas cosas sobre el pasado que son incuestionables, que han sido verificadas a través de documentos e investigaciones rigurosas. Pero son verdades relativas, sujetas siempre a las miradas de las diversas nacionalidades, razas, religiones, clases o géneros.
La destrucción de libros nos impide responder algunas preguntas clave de la historia. El escritor Fernando Báez proporciona datos imprescindibles en "Historia universal de la destrucción de libros". ¿Y los archivos cuantas preguntas pueden responder?
Muchas, aunque siempre responderán más y mejor de los acontecimientos del pasado protagonizados por los grandes personajes y los poderosos. Pero no sólo de archivos y documentos vive el historiador, que busca cualquier resto material, desde narraciones literarias a legados arqueológicos.
Marx dijo que la historia es siempre un proceso dialéctico en donde los grandes procesos estructurales requieren de la aparición de ciertos sujetos colectivos e individuales. ¿Tendremos que esperar siempre grandes cambios de generación en generación ?
Hay generaciones que vivieron tiempos mucho más convulsos que otras. El período que en Europa va entre 1914 a 1945, por ejemplo, es uno de ellos, extraordinario. Pasaron tantas cosas y hubo tantos cambios que es difícil poner un poco de orden en la narración. Aunque por mucho que se quiera poner énfasis en los cambios culturales, políticos y sociales, al final resultó que murieron ochenta millones de personas como consecuencia de la violencia del Estado, de la revolucionaria, fascista o de los militares. En la Europa de las civilizaciones. Y todo en apenas treinta años
Los errores de la izquierda se han convertido en los eternos tópicos siempre esgrimidos por los oponentes conservadores de todos los gobiernos mundiales. El estalinismo y el “pensamiento único” proclamaban el fin de la historia, cada uno en su tiempo: terminar el juego cuando ganaban. ¿Hoy los movimientos obreros, sindicales y populares que representaban el estalinismo han pasado a la historia?
Sí, afortunadamente. Porque una cosa es la prédica de la libertad y la justicia social que está en el origen de todas las variedades del socialismo decimonónico y otra muy diferente son las nefastas manifestaciones prácticas que todo eso tuvo cuando llegaron al poder en algunos países. La libertad, la pluralidad y el respeto a los demás, acompañado de beneficios económicos y sociales para una mayoría, han sido bienes escasos en la historia y hoy hay todavía millones y millones de ciudadanos en todo el mundo que no tienen acceso a ellos.
El sistema educativo juega un papel importante a la hora de impartir historia. Y la historia de la evolución humana es de vital importancia para un conocimiento mutuo. ¿No debería haber un tribunal internacional que prohibiera, por ley rigorista, el creacionismo y la teoría inteligente ahí donde se imparte?
Yo soy poco partidario de regular el conocimiento y de poner normas al saber. Los tribunales internacionales, en cualquier caso, siempre representarían la versión de la historia del hombre, masculino, blanco.
Siguiendo la estela de la pregunta anterior. Negar los hechos científicos, negar el holocausto, negar la historia no es una irresponsabilidad política, moral, ética, legal, y de la lógica?
Eso aclara más la pregunta anterior. Porque sí que existen responsabilidades políticas, legales y éticas y no afectan igual a todos los ciudadanos. Algunos son más responsables que otros. No es lo mismo que niegue el holocausto un militante de la ultraderecha que un profesor de universidad o un periodista, que están obligados a ser rigurosos y honrados con los conocimientos a su alcance. Y no es lo mismo que no condene el golpe de Estado de julio de 1936 un ciudadano de la calle que un parlamentario del Partido Popular.
Los historiadores son quienes articulan o reconstruyen la historia de los pueblos y generaciones, su imagen ya pasada, presente y futura. ¿Qué juramento hipocrático tiene que hacer un buen historiador?
La honradez intelectual: ser fiel a las fuentes, nunca ocultar lo que se encuentra, aunque no le guste a uno o no se adapte a sus ideas, y sacar aquellas partes más ocultas de la historia, las que nunca tienen en cuenta los propagandistas oficiales.
¿Dígame que libro lee en estos momentos, y me sorprendería que no fuera de historia?
Suelo tener siempre dos libros abiertos, una novela y uno de ensayo. Ahora estoy acabando El corazón helado, de Almudena Grandes, y El arte de la ficcióón, de David Lodge. Eso de abandonar la docencia para escribir novelas, como hizo el inglés Lodge, antiguo profesor de literatura, está bien. Y con su Small World (traducido al castellano como El mundo es un pañuelo) se disfruta mucho.
Mucha gente se ha agarrado a esas novelas históricas, a caballo entre el rigor histórico y la aventura, con las que les parece más divertido saber sobre historia. Por ejemplo las entregas de Jean M. Auel. ¿Es una equivocación engancharse a esos libros?
La historia y la ficción se confunden a menudo y las novelas históricas son el mejor ejemplo. Está bien que cientos de miles de personas lean El código da Vinci, La catedral del mar, o la serie de Los hijos de la tierra, por citar ejemplos muy recientes. No creo que pueda compararse con la buena literatura, la que puede representar Faulkner en el siglo XX o Galdós en el XIX, aunque yo nunca les he negado el mérito de compartir sus historias con tantos lectores. No los he leído porque tengo antes cientos de libros esperando. De los best-seller de los últimos años, de esos que te dicen los editores que han vendido más de un millón de ejemplares, sólo he leído La sombra del viento. Aunque también son best-seller A sangre fría o Crónica de una muerte anunciada, mis modelos favoritos de precisión narrativa.
¿Contribuye en algo Internet a esclarece la historia, o más bien al contrario? ¿No se van instalando demasiadas opiniones sin contrastar en el ensordecedor silencio de la Red?
El acceso a Internet está cambiando de forma radical las fuentes de informacióón. Como fuente de información es impagable, pero es también el mejor modo de apropiarse de contenidos ajenos. El plagio se va a convertir en norma, sobre todo si no acostumbramos a los jóvenes estudiantes a citar las fuentes utilizadas y a ser respetuosos con las opiniones de los demás.
Como síntesis ¿cuál es el Talón de Aquiles de la historia?
Somos los historiadores, y no la historia, quienes tenemos Talón de Aquiles. Inventar, falsear la historia, adaptarla a nuestras propias preconcepciones, es uno de ellos. El otro, en el extremo opuesto, pensar que existe la posibilidad de reconstruir con total objetividad el pasado. Ese es un sueño que todavía se estimula en muchas Facultades de historia.
Soboul. "Historia de la Revolución Francesa"
Hace 15 años
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